Relatos etnográficos por los caminos de Riaño
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En la primavera de 2015 llegué a la Montaña Oriental Leonesa para estudiar Riaño con la compañía y dirección de Pedro Tomé. Aquella era la primera de dos estancias de investigación etnográfica para buscarle preguntas y, quizás, alguna respuesta al horizonte futuro para Temacapulín (Jalisco, México), todavía hoy amenazado por inundación con la inconclusa construcción de la presa El Zapotillo. Esto es, con estancias de investigación en España provocamos un distanciamiento espacial a la investigación en México para producir un extrañamiento temporal en la comparación etnográfica entre los procesos sociales de Temacapulín y de Riaño. Con la estancia y la comparación pusimos en práctica aquella lección, añeja entre los etnógrafos en México, de que “la antropología se hace con los pies” (Fábregas, 2015): conocimos el camino desde Nuevo Riaño hasta el cementerio, que ni los riañeses recorren, excepto para los contadísimos sepelios; charlamos por los caminos con vecinos en entrevistas informales o bien para buscar las viejas sendas, como la ruta vadiniense o el camino de Santiago, que lo mismo se encuentran en un tramo como luego se pierden en el pantano, el camino del viaducto por el puente donde la superficie del agua es reflejo de los distintos terruños, según el enfoque generacional de los habitantes en esa parte de la montaña.
